Las propuestas radicales de cineastas como Rosales, Lacuesta, Recha o Guerin toman el relevo de aquel cine de Jordà, Portabella o Duran en los años sesenta.
A partir del éxito en los Goya de una película tan pequeña y a la vez tan necesaria para el cine español como La soledad (2007) de Jaime Rosales, parece haber surgido un reconocimiento público hacia una manera diferente de hacer cine. Directores como Marc Recha, Isaki Lacuesta, José Luis Guerin, Mercedes Álvarez, el propio Rosales o incluso el más outsider, Albert Serra (situado también en una hipotética ‘Escuela de Girona’), aun con estilos bastante diferentes, responden a un cine que busca la radicalidad en sus formas y la innovación constante en su lenguaje. Estos cineastas catalanes de origen o adopción parecen haber retomado el camino que Pere Portabella, Joaquim Jordà, Carlos Duran o Jacinto Esteva, entre otros, tomaron alrededor de los años 60 al conformar el grupo conocido como la Escuela de Barcelona.
Hace unos tres años, en el I Congrès Internacional de Cinema Europeu de Catalunya, Mercedes Álvarez, recién estrenado su documental El cielo gira (2004), premiado en Rotterdam, reclamaba la necesidad de un sentimiento grupal entre nuevos cineastas. Hoy en día, parece haberse hecho realidad, pues estos directores, muchos de ellos vinculados a la Universitat Pompeu Fabra, se sienten ya como un conjunto en su confrontación contra el canon dominante. Si bien, como reconocía Jaime Rosales durante una conferencia en los Cursos de Verano de El Escorial, no se pueden considerar como una generación tal como la de la Nouvelle Vague, al haber una divergencia ideológica o incluso formal en sus visiones, sí podemos definirlos en un mismo grupo de producción cinematográfica alternativa.
Discípulos directos de Joaquim Jordà o Pere Portabella, que aún se mantiene en activo con El silencio antes que Bach, les une también su herencia de directores de la Modernidad como Rossellini, Godard, Pasolini, Bergman o Bresson. De estilos diferentes, Marc Recha practica un cine intimista, casi bucólico, que huye desde Pau i el seu germà (2001) a Dies d’agost (2007) de la ciudad a la naturaleza. Mercedes Álvarez, que debutó con su película documental El cielo gira, un cine contemplativo deudor del estilo de Kiarostami. Isaki Lacuesta se pregunta desde Cravan vs. Cravan (2002), falso documental sobre el poeta boxeador sobrino de Oscar Wilde, sobre la frontera entre ficción y realidad, que retoma años más tarde al hacer una ficción documentalizada como La leyenda del tiempo (2006), con personajes y lugares reales. José Luis Guerin, el más veterano, con títulos como Tren de sombras (1997) o el aclamado documental En construcción (2001), destacó con su última cinta En la ciudad de Sylvia (2007), que acerca el cine al museo, pues esta película forma parte de una tríada entre la que se encuentran el film a base de fotografías Unas fotos en la ciudad de Sylvia y la instalación Las mujeres que no conocemos. La primera película del banyolí Albert Serra, Honor de cavalleria, fue elegida por la crítica francesa una de las mejores diez películas estrenadas en el país en 2007, con un documento intimista sobre la figura de don Quijote. Este mismo año, ha sido estrenado El cant dels ocells, un precioso cuadro en que prosifica la leyenda de los Reyes Magos, aunque con una poesía fuera de norma en su uso de la fotografía en blanco y negro con la Naturaleza.
Por último, el director que fue reconocido por la Academia, Jaime Rosales, que en la gala de los Goya ejerció como abanderado de ese cine de su generación que, espera, sea el germen de un movimiento más amplio. Con La soledad, una película sobre la incomunicación de la vida contemporánea, que sabe hablar con gran maestría sobre lo cotidiano, pero también tratar con frialdad y acierto temas trascendentales como la muerte o el terrorismo, se ganó a los académicos. Pero no se puede tomar como menor Las horas del día (2003), un increíble fresco sobre la vida normal de un psicópata que se crea en el tedio, ganadora del premio de la crítica en Cannes. En definitiva, esta nueva camada de directores están dándole sangre fresca a un cine español al que bien falta le hace. Capaces de mirar frente a frente a las grandes películas que se hacen en el panorama internacional, el reconocimiento, así como el apoyo de todo tipo, que se le debe dar a este movimiento desde las instituciones debería ir más allá de una gala de premios y fomentar realmente entre el público este otro tipo de cine, creando cultura y no simple espectáculo.
Tiro en la cabeza (Jaime Rosales, 2008)
La última película de Jaime Rosales ha creado polémica desde su primera proyección en San Sebastián, en donde ganó el Premio de la Crítica. Dos elementos la hacen diferente: su forma, a base de teleobjetivos, separándonos por tanto del personaje y privándonos de escuchar lo que dice, y el tratamiento del ‘otro’, que es en este caso un etarra. El tema es el asesinato de dos guardias civiles en Capbreton a manos de unos terroristas el pasado dos de diciembre; noticia que conmovió al director a desarrollar todo un hito en la producción, con dos meses de preproducción, incluyendo guión, y 14 días de rodaje. El resultado es notable en su concepción cinematográfica, aunque pueda llegar a ser difícil para el público medio. Una película en la que el espectador tiene que participar llenando los huecos que la cinta deja.
Un film en que sigue la vida cotidiana de un etarra; hecho que parece haber molestado a la Asociación de Víctimas del Terrorismo, que argumenta que “humaniza a los terroristas”. Quizá lo que no se paran a pensar es que la necesidad de conocer al otro pasa por aceptar que, por una parte, tienen una vida como cualquier otra: compran el periódico, toman un vino, están con los familiares, hacen el amor…, pero que también hay una parte en que el odio les hace cometer hechos tan horribles como éste. Por eso es tan interesante el uso del plano/contraplano. Pocas veces se nos muestra como mayoritario el plano del ‘otro’ (el ‘malo’ en un lenguaje maniqueo), como ocurre aquí, en que se sigue a este personaje, hasta que al final de la cinta aparece el contraplano de las que serán sus víctimas, que como se muestra, tienen su vida, son otras personas que no merecen ser asesinadas por su condición. Es por esto que supone una pena que se tuviera una visión tan previamente manipulada de la película. El director respondía así a este hecho: La película ha pasado por dos fases: una primera en que la respuesta se radicalizó hasta tal punto que llegué a pensar en que sería mejor no estrenarla. Afortunadamente, ya hemos pasado a una segunda fase, donde la gente ha captado el verdadero mensaje.