jueves, septiembre 04, 2008

Pajaritos y pajarracos. De la relación entre críticos, cineastas y su obra.

Hay directores que eligen como tarjeta de presentación ser tremendamente provocativos. Lo que genera, sin duda, sentimientos opuestos. Generalmente pueden parecerte unos perfectos idiotas, así como muy ocurrentes o, incluso, brillantes. Entre éstos, se me ocurre una pequeña lista a modo de ejemplo, a saber: Lars von Trier, Marc Recha, Philippe Garrel o Albert Serra, que igualmente me provocan opiniones diversas. Creo interesante, a colación del tema, la respuesta que da el último, Serra, a una entrevista que le hacen en El Correo. Sobre que en 2007 fuera elegido por Cahiers du Cinéma entre las diez mejores películas estrenadas en Francia ese año, responde que también hay en esa lista películas que detesta, como Paranoid Park de Gus van Sant o Inland Empire de David Lynch.

Esta última película, alabada generalmente por la crítica como el culmen de la carrera de Lynch, en su incursión en el digital y en el lenguaje de carpetas, la mencionó el crítico italiano Francesco Casetti en una conferencia que dio en la Universitat Pompeu Fabra. En ella comentó, respecto a esta cinta, el poder que puede tener la autoría. “Si esta película la hiciera cualquiera de vuestros alumnos, seguro que no le aprobaríais”, dijo dirigiéndose a Domènec Font. Y es que este film, sin quitarle los méritos que se merece, que los tiene, ha sido, según mi opinión, sobrevalorado. Cierto es que hay que medir la película respecto a su filmografía anterior, especialmente respecto a Mulholland Drive, pero por ello también hay que decir que es un título menor. El paso de los itinerarios laberínticos a los itinerarios de carpetas y de links, que es en lo que se convierte Inland Empire, es interesante de estudiar, aunque probablemente más partiendo del análisis sociológico de los nuevos medios y sus lenguajes, que no desde un prisma puramente artístico. Lo que deberían hacer los críticos sería pararse a estudiar, desde aquí, las consecuencias del digital y de Internet en el cine, más que alabar la abstracción y el flujo de imágenes como un mérito por sí mismo.

Cambiando de tercio, aunque siguiendo con el tema sobre la visión de algunos críticos hacia ciertos cineastas, quisiera tratar la manipulación de ciertos críticos liberales hacia la ideología de algunos directores. En el Dirigido por nº 380, Antonio Castro escribe acerca de la ideología de John Ford, haciendo hincapié en cómo se ha intentado hacer pensar que era un liberal, cuando era totalmente conservador o, incluso, ultraconservador al final de su vida. Insiste, sobre todo, en el hecho de que parece que no pueden aceptar que su trabajo es bueno si su ideología difiere de la liberal, cosa que le parece, y me parece, inconcebible. Pues bien, igual hacen muchos con Eisenstein, intentando reescribir lo que es un hecho indiscutible, su clara ideología marxista. Liberales y conservadores, entre los que encontramos a García Escudero y su triste intento de mostrar en Vamos a hablar de cine que el gran director soviético estaba oprimido por la férrea doctrina comunista. De todo se ha dicho para intentar tapar su pensamiento incondicional, como otro intento, éste de demostrar mediante un simbolismo bastante caduco que era homosexual, como si importara mucho (del mismo modo Boris Izaguirre intentó mostrar que Alfred Hitschock era gay, cuando al bueno de Hitsch le gustaban las mujeres más que el pan, aunque obviamente a Boris no lo cuento como crítico). Si Sergei M. Eisenstein tuvo problemas con el poder en una parte de su carrera, se debe más bien a un comportamiento de Stalin, por lo que no debemos preguntarnos acerca de su convicción real, sino más bien acerca de la errónea puesta en práctica del marxismo por parte del mandatario.

A quien tenga alguna duda sobre la ideología de Eisenstein, aparte de su filmografía, le recomiendo que lea La forma del cine, un compendio de estudios en que utiliza un análisis materialista-dialéctico más que evidente para estudiar el lenguaje cinematográfico. En un capítulo habla sobre Griffith, al cual admiraba por su trabajo, sin miedo ni preocupación por criticar algunos contenidos que son realmente racistas. Pero lo más interesante en el artículo es cómo analiza la herencia directa del lenguaje de Dickens en el lenguaje cinematográfico de Griffith, que a la postre se convertiría en el lenguaje clásico de Hollywood, apelando siempre primariamente a la emoción. Por ello, y por su utilización de las comunidades cerradas como espacio protector y sin posibilidad de cambio en la estructura social (tal y como ocurrirá con John Ford), sentencia el director y crítico soviético que ambos dos, el inglés y el americano, se basan en una lógica burguesa. Por tanto, he aquí un ejemplo de cómo se puede realizar un buen análisis, en profundidad y yendo a las raíces, sobre el hecho fílmico, utilizando el materialismo como método. Sin ningún tipo de miedo a alabar el trabajo de quien se lo merezca, pese a su ideología, aunque con la obligación de desentramar las filiaciones, así como las características formales, que hay detrás de sea cual fuere el cine a analizar.

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