viernes, octubre 17, 2008

Let the Right One In (Låt den rätte komma in, 2008) de Tomas Alfredson, más allá del límite del género de vampiros

Podríamos decir que el film sueco Let the Right One In es una película de vampiros y acertar. Pero también que es una película romántica de amor preadolescente o un drama sobre la incomunicación y, de la misma manera, acertaríamos. Se podría, por tanto, aceptar la película como una hibridación de géneros, tan en boga en el cine contemporáneo, pero nos quedaríamos muy cortos en el alcance de esta verdadera maravilla de cinta. Lo que hace tan notable a esta película es su maestría a la hora de beber (acarreando el símil iniciático vampírico) del propio imaginario sobre el género de vampiros para sacarlo de los clichés y tópicos que lo encasillan y rebajarlo, para producir de esta forma la ascensión, de y hacia las necesidades básicas de socialización.

En un momento de la película, Oskar, el protagonista, un niño rubio de doce años que padece bulling escolar y con serios problemas de socialización, le acusa a Eli, la vecina vampiresa de doce años más o menos (literalmente), de matar a gente. A lo que ella le responde: “Yo lo hago por necesidad. Pero tú si pudieras, ¿no matarías también a algunos?” Se produce por tanto una igualación extremadamente interesante, que es capaz de unir a niño y vampiresa. En un ambiente tan hostil como la Suecia continuamente nevada y oscura, en el transcurso de 1982, los dos protagonistas sufren una carencia afectiva enorme, entre el niño con padres separados y casi autista y la vampiresa que, por su condición, no puede socializarse con facilidad. La violencia, en cambio, los une a los dos. Al primero le fascina, aunque también le asusta. Para la segunda, es pura necesidad.

Aquí entra el juego el personaje del padre de Eli (¿padre, antiguo amante, simple persona al servicio de las necesidades de la vampiresa?), que ejerce el papel de asesino en serie, similar al de Javier Bardem en No Country For Old Men, pero de quien sabemos su objetivo. Siembra el terror en la comunidad al producirse continuos asesinatos que arrastran consigo cadáveres colgados por los pies y vaciados de sangre. Personaje con cierta ambivalencia, de quien no sabemos su origen y procedencia ni su condición, pero que es quien vela por la supervivencia de Eli, la vampiresa. Lo podríamos definir, por tanto, por su destino necesariamente predefinido como homo sacer. Es decir, como mártir estéril en su empresa mesiánica. Lugar que terminará ocupando Oskar, de quien podríamos esperar un mismo final, pero del que por suerte se nos acaba mostrando con un cierto halo de esperanza.

El personaje más atractivo acaba siendo, sin embargo, el de la propia Eli. Y dentro de esta atracción entra el propio acto de sus asesinatos. Presentados de una forma cuasi animalesca, lo que se hace patente en su rostro, su forma de ataque y de mordedura son realmente fascinantes, solamente comparable en su condición motora al conejo asesino de Los caballeros de la mesa cuadrada de los Monty Python, aunque exento de su carácter cómico, que no irónico. Pese a lo que se puede calificar como actos tremendamente horribles, la naturaleza de la vampiresa se muestra, por fuerza, como humana, de la que emana una enorme necesidad de amor, que es la que le da un giro tan sugerente a esta película.

Podríamos definir la última parte de la película, ya sin tapujos, como una historia de amor entre los dos personajes preadolescentes. Porque toda la última media hora se basa directamente en esta extraña relación. Pero lo que nos obliga a preguntarnos este tratamiento es hasta qué punto es posible hablar de amor cuando detrás hay un reguero tan amplio de sangre. La dirección que toma es, por tanto, imposible. Y esto es lo más interesante de la cinta: esta historia de amor es tan preciosa por su condición de imposibilidad, porque el romanticismo se conforma de una base de soledad y muerte. Y como punto culminante, ya en lo que podríamos definir como epílogo, un momento de distanciamiento irónico que yo creo totalmente maravilloso, en un rescate épico y romántico, rodado con una elegancia y frialdad fuera de norma, manteniendo la ironía necesaria que merece una secuencia de este calado.

Al film le acompaña una factura sumamente cuidada. Una puesta en escena elegante y sobria. Y en lo más destacable, una dirección artística milimétricamente pensada. Si nos fijamos en cada detalle, veremos cómo están distribuidos los colores: el blanco como predominante, un azul claro apagado en los elementos que rodean a Oskar y como segundo color de su vestuario y tonos marrones en sus principales vestimentas. El negro es más común en Eli, que se mezcla en el mundo cromático del protagonista rubio. Forman así todo un ambiente frío, un tanto decadente, y que manifiestan la hostilidad del espacio que les acoge. Por otra parte, la presencia de unos efectos especiales muy sutiles y sobrios, nada efectistas, ayudan a la factura tan soberbia que acaba por conformar esta cinta de vampiros. Un trabajo, por tanto, excelente del director sueco Tomas Alfredson, así como del guionista, John Ajvide Lindqvist, que adaptaba su propia novela, y de todo el equipo. Una película que, como comentó el director en su presentación en Sitges, “ha costado mucho esfuerzo, mucho pensamiento y mucho amor”.

miércoles, octubre 08, 2008

El cortometraje '1998' participa en el Festival de Cinema de Girona y en el Octubre Corto de La Rioja

Girona Film Festival (Sección Girona Ficció):
Viernes día 10 de octubre, 18.00 en la Casa de Cultura de Girona, sala 1

Octubre Corto (Sección Fundación Caja Rioja. Cortos de Origen Rioja. Cosecha 2008):
Jueves día 16 de octubre, 21.30 en el Teatro Cervantes de Arnedo (La Rioja)

El cortometraje 1998, dirigido por Saskia Huiskamp y Daniel Mourenza, aunque fruto del trabajo de un equipo de nada más y nada menos que 17 alumnos de la Universitat Pompeu Fabra, sigue su andadura por más festivales. Tras haber ganado el primer premio en el certamen Creando'08 de Burgos y haber participado en el Proyecta 2008 de Valencia, en el Festival de Curts de Celrà (Girona) y el Fascurt del Masnou (Barcelona), este corto se aventura a participar en dos importantes eventos, tales como los festivales de Girona y el Octubre Corto de Arnedo.

1998 se trata de una película que trata de aunar tanto un reto técnico como uno narrativo. En un solo plano secuencia de once minutos, contemplamos una pequeña e incluso cotidiana historia: la historia de toda la vida del protagonista. Un espacio que hace aflorar todo un mundo mental, pero a la vez material. No sólo hay que imaginarlo, hay que verlo. Así que estas dos ocasiones son muy propicias para hacerlo.

miércoles, octubre 01, 2008

La directora turca Yesim Ustaoglu gana la Concha de Oro en San Sebastián por La caja de Pandora

Yesim Ustaoglu consiguió con su cuarto largometraje, La caja de Pandora (Pandoranin kutusu, 2008), el máximo galardón del festival donostiarra el pasado sábado 27 de septiembre. La actriz francesa nonagenaria Tsillar Chelton, protagonista de la cinta, ganó además el premio a la mejor actriz. Ustaoglu ha demostrado ser siempre una cineasta consciente, reivindicativa, que no duda en meter el dedo en la llaga, especialmente en lo que concierne a los temas problemáticos de Turquía.

Antes de trabajar profesionalmente en el cine, Ustaoglu estudió y ejerció como arquitecta. Base que se nota en el trabajo del espacio en su primera película, La huella (Iz, 1994), creando una atmósfera claustrofóbica a partir de los callejones y los night clubs en que trascurre este thriller, escrito por Tayfun Pirselimoglu. Su segundo film, Viaje hacia el sol (Günese yolculuk,1999) se carga de tintes más políticos, pese a que los temas principales sean tanto la amistad como el amor. Si bien es cierto que critica de una manera acérrima el nacionalismo turco y el racismo, a las fuerzas de seguridad y su manera de actuar. Trata además el conflicto kurdo con más acierto que otras producciones que se han acercado quizá con menos conocimiento. La última parte del film se convierte en una road-movie, casi elegíaca, que nos recuerda al Yol (1982) del gran realizador turco Yilmaz Güney. Esta película la lanzó ya al panorama internacional, tras ganar el Premio a la Mejor Película Europea en el Festival de Berlín de 1999, así como el Gran Premio del Jurado en Valladolid, entre muchos otros galardones.

Su tercera película, Esperando las nubes (Bulutlari beklerken, 2004) se puede considerar un paso cualitativo en su obra. Más notable que su anterior trabajo, traza un precioso filme alrededor de una mujer perteneciente a la minoría griega póntica. En 1975, a orillas del Mar Negro, una anciana de ascendencia griega, convertida al Islam, de los pocos que quedaron en Turquía tras el intercambio de población entre griegos y turcos en 1923 (que se muestra al principio de la cinta en archivo documental), esconde su historia. Pero el pasado, ya se sabe, pesa y mucho, y acaba saliendo de donde se ha pretendido esconder. Refleja además el caótico ambiente político de los años setenta, con constantes enfrentamientos entre la ultraderecha, con el Partido de Acción Nacionalista, y la izquierda. La cinta, con un guión greco-turco, firmado por Petros Markaris y la propia Ustaoglu, a partir de una novela de Georgios Andreadis, recuerda a un cierto estilo del gran Theo Angelopoulos, por su composición formal (aunque sin sus grandes planos secuencia en movimiento) y por el aire que respira, especialmente insuflado por sus protagonistas.

La cinta estrenada en el Festival Internacional de San Sebastián, La caja de Pandora, tiene como tema principal el alzhéimer, enfermedad que padece su protagonista. Ahora bien, en el trasfondo de este argumento, se encuentra un conflicto intergeneracional. En esta colisión, la gran condenada es la generación de los padres, la generación que Ustaoglu llama “de en medio”. La abuela sin memoria y el nieto que está descubriendo el mundo se entienden, pero los tres hijos de la enferma se quedan en sus problemas personales y cotidianos. "Quería que estas generaciones se cruzaran y que la gente se dé cuenta de lo que pierde en esa parte de la vida, la del medio", sentencia al respecto la cineasta turca. Si bien en esta última cinta no arremete frontalmente contra un problema pura y nacionalmente turco, embiste contra algunos de los grandes problemas de la sociedad contemporánea, tales como la incomunicación o la ceguera ante lo realmente importante de la vida.

Dentro de la nueva generación del cine turco, existe el hartazgo de que toda película que sale al exterior, se ve con unos ojos que la condicionan simple y llanamente a los problemas tópicos de Turquía. En cada producción turca se quiere ver una lucha y una represión interior, cuando hoy en día el cine turco ha sabido ir más allá y hacer filmes que trascienden a los grandes temas universales. Como señala en un artículo dedicado al cine turco en la revista El Cultural, escrito por Juan Sardá, la actriz Selen Uçer, protagonista de una gran película de Ümit Ünal, Ara (2008), en Europa “sólo ven lo que quieren ver”, a lo que añade inteligentemente la documentalista Emel Çelebi, “todos los cineastas de Turquía sabemos perfectamente que cuanto más críticas y politizadas sean nuestras películas, más caso nos harán en Europa”.

Por ello hay que reconocer que la directora Yesim Ustaoglu parte con cierta ventaja (no desmerecida, ojo) respecto a sus compatriotas. Y así se entiende también que desde Viaje hacia el sol, todas sus películas han sido coproducciones europeas: esta primera, alemano-holandesa-turca; Esperando las nubes, frango-germana-greco-turca, y la última, La caja de Pandora, franco-germana-belga-turca. Hay que decir también que esta práctica de las coproducciones se está extendiendo en el cine turco. Hecho altamente positivo siempre que conlleve una distribución también internacional. Esperemos, pues, que tanto este premio como las últimas derivas de los reconocimientos hacia el cine turco, acerquen más a nuestro país una filmografía que en estos últimos años merece ser, cuanto menos, conocida.