El gran sociólogo polaco Zygmunt Bauman nos ha recordado en numerosas ocasiones que la Sociedad de Consumo, en la época del término ya archiutilizado de modernidad líquida, sólo puede apelar al cortoplacismo de sus individuos, entendidos como consumidores, debido a que la lógica del consumo necesita de la creación de anhelos volátiles que se vayan reemplazando en un tiempo fugaz para su propia subsistencia. Todo lo contrario de la práctica que necesita el medio ambiente en su cuidado, necesariamente a largo plazo, en una constante dedicación de la que no se puede esperar una gratificación instantánea y, ni mucho menos, una carencia de esfuerzo y sacrificio. Y así, podemos entrar en numerosas contradicciones. Partiendo de otra observación de Bauman, en la que señala que “el síndrome consumista exalta la rapidez, el exceso y el desperdicio[2]”, así como cuando nos recuerda que la práctica consumista destaca por su increíble acumulación de residuos, podemos concluir que, a día de hoy, el consumismo es el máximo peligro para el medio ambiente. Y que, por supuesto, no es ya sólo inviable una solución a base de otro tipo de productos, supuestamente más “verdes”, sino que cae en sí misma como contraproducente.
Greenpeace ha denunciado en numerosas ocasiones a las empresas que utilizan anuncios engañosos como reclamo de un servicio para el medio ambiente. Por ejemplo, Iberdrola o Endesa, que se etiquetan de beneficiosos y sostenibles para con el entorno, promoviendo la energía verde. Pues bien, denuncian que a la que denominan de esta forma es la proveniente de los embalses, no siendo ni mucho menos la energía mayoritaria, y que además no se garantiza que ésta sea su verdadera procedencia. A la vez, la energía que se consume en nuestro país procede en un 30% de centrales nucleares, mientras que de energía solar se consume un mísero 0’002%. Otro sector que se ha apuntado a esta nueva “moda” es el automovilístico. Como señala Greenpeace, “la industria automovilística presume de productos “eco” sólo porque resulta atractivo para el público, pero se queda en un simple lavado de imagen (…) en realidad, están ejerciendo toda la presión posible para minar la regulación, que
[1] BAUDRILLARD, Jean. Cultura y simulacro. Kairós. Barcelona, 1978.
[2] BAUMAN, Zygmunt. Vida líquida, Paidós Estado y Sociedad. Barcelona, 2006.
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