sábado, junio 27, 2009

Barcelona, no lugar

(Publicado en El Queixal nº49, en catalán)


Si observamos el anuncio de la última campaña de TMB, veremos un grupo de gente propulsada por globos, zancos saltadores, camas elásticas y otros artilugios. El espacio en que se mueven es construido a partir de fragmentos que van confeccionando un todo un tanto abstracto en forma de ciudad. Si bien se puede deducir por algún motivo que se trata de Barcelona, la imagen resalta los espacios menos genuinos y, sobre todo, los más característicos de lo que conoceríamos como ‘ciudad global’. Se recrea en imágenes de Diagonal Mar, la ciudad de la Justicia y la parte aún industrializada y desértica del 22@. Fijándonos en el primer plano, en que aparecen grandes edificios en los que es casi imposible destacar algo que nos pueda indicar de qué ciudad se trata, o los últimos segundos, en que un amplio grupo de gente bota en unos globos por unas calles que bien se podrían tratar de Detroit o San Francisco, comprobamos cómo la construcción identitaria no actúa apelando a lo local como significante, sino a una supuesta filiación global que opera dentro de una construcción de la imagen de poder abanderada por la publicidad. Ahora bien, cualquier espectador avezado podría hacer varias preguntas al respecto. Si se trata del anuncio de un servicio público municipal, ¿por qué apela a la diversión y al entretenimiento en su consumo cuando es algo que nos vemos obligados a utilizar?; ¿por qué tiene carácter publicitario si no tiene que competir con ninguna empresa, sino simplemente fomentar su uso?; ¿por qué intenta abstraerse de lo local cuando es un servicio puramente de Barcelona?


Este ejemplo concreto es sintomático y acarrea tras de él todo un proceso socioeconómico. El nuevo barrio de Diagonal Mar, construido donde se ubicaba el popular barrio de La Mina, ha sido edificado después de desarraigar la antigua área urbana e imponer sobre ella un espacio sin ninguna sujeción significante al terreno en donde se aposenta. Como barrio en su concepción tradicional ha sido un fracaso; sin embargo, se ha consolidado como espacio paradigmático para la publicidad. La elección no es azarosa, sino que responde a la necesidad de representar una ciudad global como espacio homogeneizado para la consolidación del consumismo como hábito dominante del capitalismo global. Si camináramos igualmente por el distrito de 22@, tendremos la misma sensación de estar paseando por un lugar que no corresponde a ningún espacio local concreto. Entre solares y grúas y fábricas en proceso de desaparición, encontraremos numerosos edificios de oficinas que alojan grandes multinacionales, un centro comercial, hoteles de lujo, así como una facultad de la Universitat Pompeu Fabra, construida sobre una antigua fábrica y literalmente pegada a la productora audiovisual Mediapro. Por supuesto, rodeada de las grandes vías de comunicación que transitan Barcelona. Y como imagen insignia, la torre Agbar, pretendiendo erigirse como el nuevo monumento de la ciudad, curiosamente muy parecido a la Suiss Re Tower de Londres. De la misma manera, el Hotel Vela que está construyendo Ricardo Bofill en el puerto de Barcelona es demasiado similar al Hotel Burj Al Arab de Dubai. ¿No es sintomático?


El término “no lugar”, acuñado por el antropólogo francés Marc Augé, hace referencia a los espacios que no pueden ser definidos “ni como espacios de identidad ni como relacionales ni como históricos[1]. Son aquellos lugares propios de esta época, en que se prima la velocidad, la superproducción y lo efímero. Entre ellos, Augé cita las vías de comunicación, los medios de transporte mismos, los supermercados o, incluso, también los campos de refugiados. Los nuevos barrios en constante transformación son también no lugares, pues no tienen una relación ni de identidad ni histórica con el terreno sobre el que se asientan. La ciudad global tiende a convertirse en un no lugar en sí misma, al tratar de desprenderse de su fricción con lo local con tal de poder llegar a formar parte de la sociedad-red propia del capitalismo tardío, en que las comunicaciones y la producción de información son el principal motor económico. Se trata, pues, de homogeneizar una nueva producción de espacios para minimizar el coste de desplazamiento, sin que lo local pueda estorbar en las vertiginosas transacciones internacionales.


Barcelona trata de erigirse como una ciudad global. La proliferación de estos nuevos barrios es el síntoma del cambio que se está dando. Sin embargo, este proceso debe calibrar esta desposesión de lo local con la promoción de los rasgos identitarios que aún se conservan, cosificados y vendidos ahora como postal, homogeneizando su consumo turístico. Los monumentos históricos acaban cayendo así en meras etapas de un tour prediseñado. El mayor problema es que, pese a que la elite global opere en este terreno ciberespacial, la vida se sigue viviendo en lo local. Como señala Zygmunt Bauman, “las ciudades se han convertido en el vertedero de problemas engendrados y gestados globalmente”[2]. Barcelona es un claro ejemplo de ello: mientras se convierte orgullosamente en una ciudad global internacionalmente reconocida, sus habitantes son ninguneados y habitan en un espacio reacio a sus intereses y bienestar, en donde es difícil el reencuentro identitario, pagando muy caro el precio por ser una ciudad de postal.



[1] AUGÉ, Marc. Los no lugares. Espacios del anonimato. Gedisa. Barcelona, 2005.

[2] BAUMAN, Zygmunt. Tiempos líquidos: vivir en una época de incertidumbre. Tusquets. Barcelona, 2007.

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