El director catalán Albert Serra explora en su segunda película, El cant dels ocells (2008), las figuras míticas de los tres Reyes Magos en su travesía hacia la Epifanía del niño Jesús. Su trabajo se centra, como ya lo hacía en su anterior película, Honor de cavalleria (2006), en la prosificación de sus personajes, entrando en su intimidad y mostrándonos lo cotidiano que se encuentra tras el mito. Pero en cambio, Serra nos lo enseña de una forma extraordinariamente poética: planos contemplativos, cuidadosamente encuadrados, con un trabajo de fotografía y de exploración del blanco y negro realmente espectaculares.
El director de Banyoles retoma los dos actores de Honor de cavalleria, recuperando también la complicidad a la que nos acostumbró en su primer film. A quienes encarnaron al Quijote y a Sancho (Lluís Carbó y Lluís Serrat Masanellas), se les une el padre de éste (Lluís Serrat Batlle), para conformar la tríada bíblica, que nos vuelve a deleitar (y a hacer reír) con sus intimidades. Estas tres figuras se sumergen en una travesía a lo largo del desierto, donde andan y andan hasta llegar al más profano cansancio. Lo que a su vez provoca también los momentos de apeo y descanso, en donde se explotan los rasgos más humanos y amables de los personajes. Tanto aquí como en la travesía, Serra trabaja sobre los cuerpos de sus actores, tanto en reposo como en movimiento, acabando por convertirse en sombras desplazándose por hermosos paisajes desérticos, en una abstracción que da a pie a cierta religiosidad. El director, que dice de sí ser una persona creyente, está orgulloso de explorar este campo de lo místico y añade que antes de él muchos grandes directores han tratado estos temas, desde Dreyer a Godard, desde Scorsese a Pasolini.
Y es que las referencias que toma del director italiano no se quedan en haber tocado el tema bíblico, como hizo en El evangelio según san Mateo (utilizando además unos personajes, como son los Reyes Magos, que sólo tienen aparición en este evangelio). El referente de Pasolini está en uno y cada uno de los instantes que conforman la película. Desde los aspectos más obvios, como son los títulos de crédito, con sus letras negras sobre un fondo grisáceo, hasta las que generan una mayor relectura, pasando por alguna algo más fallida. Sobre esta última observación, me refiero a la anunciación de la virgen, en la que intenta copiar esa tan personal frescura en las declamaciones que sólo ha sido capaz de sacar de los actores el cineasta friuliano. En lo más interesante, probablemente, que toma de Pasolini, pero que relee de una manera totalmente original es cómo, si el director italiano cogía sus actores y, por ende, sus personajes del subproletariado del extrarradio romano, Albert Serra toma a unos amigos, a unos vecinos de su pueblo, Banyoles (Girona), para que encarnen a unos personajes míticos del imaginario universal, tanto don Quijote y Sancho Panza, como los tres Reyes Magos. El resultado es una naturalidad y una frescura que supera lo encarnado como actores. Ellos mismos son los personajes y los Reyes Magos se convierten, por tanto, en personas humildes, con problemas comunes, como son el cansancio, la dificultad de dormir en el suelo y la abrumadora sensación de sentirse pequeño ante la inmensidad. Las conversaciones, en un catalán cerrado, de pueblo, que es difícil de entender hasta para los catalanoparlantes, improvisadas por los mismos actores-personajes, tras la única indicación del tema por el director, rezuma realidad por todos lados, en una agradabilísima sensación de humildad y complicidad, que además logra sacar la carcajada del espectador.
Albert Serra se dice también deudor de John Ford, aunque huya sin remilgos del género y de la acción. Pero si algo demuestra en esta película es su amor y su sensibilidad para con el paisaje. Tal y como le gustaba al director americano irse al Monument Valley y pasar unas semanas en plena naturaleza con sus amigos, el catalán afirma su gusto por disfrutar como el estadounidense de un rodaje en escenarios naturales. Y es que la fuerza y la importancia que tiene el paisaje, de las áridas tierras de Fuerteventura y las gélidas de Islandia, es fundamental para entender el cine de Serra. Así, y con un gran trabajo de observación, consigue planos tan espectaculares como los que abren la película, en que las nubes hacen aparición con sus sombras y desaparecen. Si los personajes de Serra son, por fuerza, naturales, es igualmente necesario que todo lo que les rodea sea plenamente natural: los bosques y prados de Honor de cavalleria, los desiertos de El cant dels ocells.
En todo el relato, sólo hay un punto álgido que funciona de contrapunto y como remate de la película: el momento en que los tres reyes magos llegan a Belén a entregar sus ofrendas al niño Jesús, coronado por la gran pieza de Pau Casals El cant dels ocells (en el resto del film no hay ningún tipo de música), que da título a la película, y con un plano cenital que difiere del resto, generalmente a una altura media, y que denota una religiosidad divina en este sacro momento. Hasta entonces y después de este punto, teníamos, por un lado, la travesía de los tres magos y, por otro, a María y José esperando a que algo pasara (igual que en Honor de cavalleria, Quijote y Sancho no hacen sino esperar a que ocurra algo), con un cordero en brazos por el niño Jesús (el cordero de Dios, agnus dei).
La exploración que hace desde aquí Albert Serra es una exploración de la mirada, pero también del tiempo (por tanto, de la observación), insistiendo en un esteticismo que él intenta que sea irregular e imperfecto, pero que logra una belleza casi fuera de norma. El trabajo de fotografía se introduce en el blanco y negro, explotándolo a través de unos contrastes que juegan entre la tierra y el cielo, las sombras y las luces. Los planos intentan ser cuadros por sí mismos, de ahí su largura y su originario estatismo, que acaba por no ser tal. Como reconoció el director en la presentación de la película en la Mostra Internacional de Cinema Europeu Contemporani en Barcelona, días después de su première en Cannes, “cuando tienes unos actores no profesionales, un equipo no profesional y un director no profesional, pasan estas cosas”, refiriéndose a cómo, pese a que había pensado que los planos fuesen totalmente estáticos, se daban ciertas panorámicas en muchos de ellos.
La abstracción que consigue por el tema y sus personajes, realmente poco conocidos y explorados, le permite al director una libertad estética que explota y en la que se recrea, propiciando también una abstracción plástica que le posibilita explorar nuevos terrenos formales. Pero a la vez choca con un realismo manifiesto, en lo que se ha llegado a denominar como neo-neorrealismo. Si Pasolini trató en sus primeros filmes un neorrealismo introduciendo rasgos muy personales, pero que fue modernizando y, sobre todo, dándole un estilo tan personal que convertiría su cine en uno de los más notorios del Nuovo Cinema Italiano y, sin duda, de lo más insólito en toda la Historia del Cine, la relectura que hace Albert Serra de un neorrealismo pasoliniano tan singular, bautiza (incluyendo su sentido religioso) un estilo inédito y primitivo (implicando también su sentido radical, volviendo a unos parámetros formales que beben de los orígenes del cine).
El director catalán ha logrado labrarse un estilo propio, convirtiéndose prácticamente esta segunda película en una continuación de la primera, en una bilogía intimista sobre grandes temas del imaginario colectivo que promete continuar. La calmada observación del comportamiento de sus personajes, en un acercamiento implícito a sus actores para sacar los rasgos más humanos de su interior, la contemplación del mismo modo del paisaje y la relación entre éste y la presencia de los actores-personajes, son los rasgos que hacen del cine del de Banyoles un cine tan singular. Este director, apadrinado por Cannes y por la crítica francesa, más que en su propio país, con una distribución y una cuota de pantalla realmente pobres, se siente solo dentro del cine español y es considerado a menudo como un francotirador. Pero de la misma manera, podríamos situarlo dentro de esa generación, tan dispar en la forma, pero con una misma voluntad de innovar en el lenguaje cinematográfico, en la que entrarían Marc Recha, José Luis Guerin, Jaime Rosales o Isaki Lacuesta entre otros. Serra hace, como sus compañeros, un cine denominado con frecuencia ‘pequeño’, pero que se sitúa entre las películas internaciones más reconocidas, con un lenguaje contemporáneo que trata siempre de progresar, participando en importantes festivales (como es en este caso la Quinzaine des Réalizateurs en Cannes) en donde es alabado por la crítica y por el público.